Percepción
terrena.
I
Páramo otoñal
El otoño en Sonora se viste con
manchas de invierno y de verano.
Los árboles sueltan sus hojas con la
indecisión de señorita cursi poco a poco hasta que se les cae el pudor y se
desnudan en la calle.
En el monte, los pitayos
descorazonados optaron por guardar sus accesorios primavera-verano y quitarse
el rojo pitaya para entrar en depresión de actriz veterana que recuerda los viejos tiempos de fama.
La churea corre y corre para entrar en
calor por la mañana, porque la brisa fresca le mantiene tersas las plumas.
Corre y no piensa.
A mí el otoño me hace llover. El
verano evaporó mis recuerdos hasta condensarlos.
El frío mañanero de octubre me hace
soltar los recuerdos temporada
otoño-invierno.
ll
Cortejo cerúleo
Las casas, las calles, los arenales,
todo es cascabeleo
por los caminos del viento con traje
de azul y ocre.
Creí descubrir el corazón del mar que
latía, latía y se movía,
rojo inquieto disfrazado de
índigo, Pasión añeja que despiertas
pasión.
Te miro por el malecón, huelo tu
sudor y te sigo para que te vengas
y te alejes.
Esto no es un vals y tú no te detienes!
el viento te excita y te incita,
van y vienen, cerca y lejos, lento,
¡fuerte!
Calma……………
Mar preñado, agua señora, cantarina,
matriz de la tierra,
Doña espasmódica.
Paridora de hijos boca de sandía y
pies de tenábari.
Locos
fogosos, cara de artistas
expertos en
suicidar el llanto.
Enseñan a
bailar a la pena y la llevan al carnaval,
la dejan
sentada en la silla y se alejan, a festejar.
III
Brío bucólico.
En el
alto contorno de Adanes y Evas,
amantes
sin pecado ni culpa que a diario
muerden
coyotas y chiltepines sin que Dios los castigue;
ávidos pobladores de árboles y plazas,
fabricantes
de Caines y Abeles que se matan
de risa
en la “roña” y se esconden forajidos, ladrones del bote.
Inocentes.
Prestan oídos a la víbora de la mar.
Allá
arriba las mujeres portan caderas de jamoncillo.
Con un
amasijo de felicidad entre las manos
aplauden
al día cuando entra por la puerta.
Aplauden
hasta el rebose y la echan al comal
para
desayunarla con frijoles y café.
Los
ancianos como péndulos extraviados del tiempo,
masticando
relatos con tabaco, en el porche aguardan.
Sus ojos
se nublaron de aparecidos y cerros.
Dicen que
son cómplices del nahual….
Los
hombres seducen a las vacas dóciles,
quienes
se dejan tocar los senos entre la paja del establo.
Luego
montan gozosos yeguas de pelo negro entre el ramaje
o en el
río; las hacen correr entre sudores y gritos hasta que se detienen
satisfechos,
al final de la jornada. A veces montan también de noche,
en sus
casas calladitas, vestidos de cuero, una venadita,
entre los
gritos del coyote,
bajo el
amparo de tecolotes y copechis,
sangrando
amor como los cardenales
que
tienen su nido en el mezquite mirón de su ventana.