lunes, 29 de junio de 2015

Percepción terrena.


I
Páramo otoñal

El otoño en Sonora se viste con manchas de invierno y de verano.
Los árboles sueltan sus hojas con la indecisión de señorita cursi poco a poco hasta que se les cae el pudor y se desnudan en la calle.
En el monte, los pitayos descorazonados optaron por guardar sus accesorios primavera-verano y quitarse el rojo pitaya para entrar en depresión de actriz veterana que recuerda  los viejos tiempos de fama.
La churea corre y corre para entrar en calor por la mañana, porque la brisa fresca le mantiene tersas las plumas. Corre y no piensa.
A mí el otoño me hace llover. El verano evaporó mis recuerdos hasta condensarlos.
El frío mañanero de octubre me hace soltar los recuerdos temporada
otoño-invierno.

ll

Cortejo cerúleo


Las casas, las calles, los arenales, todo es cascabeleo
por los caminos del viento con traje de azul y ocre.
Creí descubrir el corazón del mar que latía, latía y se movía,
rojo inquieto disfrazado de índigo,  Pasión añeja que despiertas pasión.
Te miro por el malecón, huelo tu sudor  y te sigo para que te vengas
y te alejes.
Esto no es un vals y  tú no te detienes!
el viento te excita y te incita,
van y vienen, cerca y lejos, lento, ¡fuerte!
Calma……………


Mar preñado, agua señora, cantarina, matriz de la tierra,
Doña espasmódica.
Paridora de hijos boca de sandía y pies de tenábari.
Locos fogosos, cara de artistas
expertos en suicidar el llanto.
Enseñan a bailar a la pena y la llevan al carnaval,
la dejan sentada en la silla y se alejan, a festejar.


III
Brío  bucólico.


En el alto contorno de Adanes y Evas,
amantes sin pecado ni culpa que a diario
muerden coyotas y chiltepines sin que Dios los castigue;
ávidos  pobladores de árboles y plazas,
fabricantes de Caines y Abeles que se matan
de risa en la “roña” y se esconden forajidos, ladrones del bote.
Inocentes. Prestan oídos a la víbora de la mar.

Allá arriba las mujeres portan caderas de jamoncillo.
Con un amasijo de felicidad entre las manos
aplauden al día cuando entra por la puerta.
Aplauden hasta el rebose y la echan al comal
para desayunarla con frijoles y café.

Los ancianos como péndulos extraviados del tiempo,
masticando relatos con tabaco, en el porche aguardan.
Sus ojos se nublaron de aparecidos y cerros.
Dicen que son cómplices del nahual….

Los hombres seducen a  las vacas dóciles,
quienes se dejan tocar los senos entre la paja del establo.
Luego montan gozosos yeguas de pelo negro entre el ramaje
o en el río; las hacen correr entre sudores y gritos hasta que se detienen
satisfechos, al final de la jornada. A veces montan también de noche,
en sus casas calladitas, vestidos de cuero, una venadita,
entre los gritos del coyote,
bajo el amparo de tecolotes y copechis,
sangrando amor como los cardenales
que tienen su nido en el mezquite mirón de su ventana.