domingo, 29 de agosto de 2010

Una postal de Benjamín Hill

Rosío Rendón.

Ahora que se termina mi tiempo en Benjamín Hill, trato de observar todo lo que en él hay con mucho detenimiento. Quiero llevármelo todo, todo: las calles, el aroma de sus mañanas, los amigos que me regaló. El amor.
Llegué por vez primera a Benjamín Hill por puro azar, ya que, en el marco del festival Kino me tocó dar talleres en éste lugar. Yo no sabía mucho acerca de Benjamín, por lo que semanas antes comencé a investigar por internet y a preguntar a mis conocidos qué sabían acerca de este pueblo, pero de ninguna manera pude recabar suficiente información, ya que en internet no hay mucho acerca de él. Cuando preguntaba yo ¿Qué puedes decirme acerca de Benjamín Hill? ¿Quién fue Benjamín Hill? Casi la mayoría de las personas sabían que hay una gasolinera. Es todo. Solo uno de mis conocidos más añosos me platicó que fue un pueblo muy rico gracias al ferrocarril, que era la principal fuente de empleo de sus habitantes. Tenían excelentes escuelas, parques, ¡hasta un zoológico! Si, la población de Benjamín Hill tenía la opción de ir a visitar animales exóticos los fines de semana, pues este era un zoológico en forma, con leones, monos y todo tipo de animales que se acostumbra en los zoológicos. Esto nos da una idea de la riqueza que había entonces, estoy hablando de hace unos veinte años tal vez. Desgraciadamente el ferrocarril entró en decadencia, por lo tanto el pueblo también. Sus gentes tuvieron que salir del lugar hacia otras poblaciones buscando la manera de ganarse la vida, por lo que, durante años, puede decirse que fue un pueblo fantasma, triste y repleto de desolación. A mi, en lo personal me cuesta trabajo creerlo, si no fuera porque quedan testigos silenciosos como el “parque ferrocarrilero” que aun conserva un pequeño tren a escala que si funcionaba y está hecho exactamente del mismo material que los otros. Ahí se pasearon los actuales adultos, los papás de los niños a quienes me tocó dar mi taller de máscaras y juguetes de reciclado.
Manejando por primera vez por la carretera rumbo a “Benja” me iba imaginando lo que me esperaba. Creo que las películas del oeste estaban en mi cabeza, por la descripción que me habían dado de pueblo fantasma, me veía parada en medio de una calle polvorienta, sin sombra y cardos corredores atravesando la calle. Tal vez unos ojos desconfiados asomándose por una rendija mirando a la forastera. Qué sorpresa fue para mí llegar y toparme con un desfile de vida. Las calles plagadas de gente en su trajín diario, muchachos saliendo de la escuela, niños correteando en la plaza.
En el ayuntamiento fue que vi por vez primera a mi no solo gran amigo, mi hermano de espíritu, Alberto Zepeda, quien es el responsable de mi amor por Benjamín, ya que el fue el encargado de traerme la primera vez, donde tuvimos conexión inmediata, así que mandó por mi esta segunda vez, para tener el placer de ser hilleña por un mes, en el que su gente me acogió con mucha gentileza y cariño. Pude tranquilamente recorrer sus calles repletas de árboles de duraznos, zapotes, naranjas y nidos. Hay golondrinas. Fui testigo del nacimiento de cuatro golondrinitas. Vi como sus padres las anidaban y me deleité con sus primeros vuelos titubeantes. También he visto el revoloteo de los niños y su imaginación. Sus manitas forjando ideas, pintándolas con acrílico y pegadas con silicón. Los miré contemplar el cielo y condensar nubes haciendo la lluvia y ofrecer pasteles de lodo y alocada felicidad, interrumpir el mutismo de los charcos, ahogar el aburrimiento. El monte lo abraza a Benjamín, por eso sus gentes andan sin miedo a cualquier hora, no cuidan sus espaldas porque se saben en el refugio perfecto, en el regazo de la madre tierra, los cubre por la noche con su manto bordado de luciérnagas estelares. Son bellos los hijos de Benjamín, especialmente Benhur,el de los ojos miel.

Ahora que se termina mi estancia aquí, que ya no veré el tren, que no me llenará los pulmones su aire, pienso que es el lugar perfecto, a donde tendré que regresar seguido porque dejo cosas vitales, porque mi corazón desde aquí palpitará para que pueda seguir con mi rutina de bulevares y luces artificiales, donde se les ordena a las plantas por dónde crecer y la gente no se conoce, ni se saluda por las calles. Donde ningún hombre ha sabido domesticar mi corazón. Donde hasta la lluvia teme salir a las calles.
Por eso mejor regreso pronto.

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