viernes, 22 de octubre de 2010

¿Dónde estás prenda querida?

Rosío Rendón

¿Dónde estás prenda querida? Cantaba la chilena Violeta parra a su amado Gilbert Favré, una de tantas canciones que compuso al amor que se fue. El tema del adiós se repite incontablemente a través de la historia de la humanidad en versos de canciones y poemas, se plasma en pinturas y el espíritu de todos y cada uno de los seres que han pisado este mundo desde su inicio hasta este momento.
Todos perdemos algo en algún momento de nuestra vida: un juguete, un calcetín, una joya, en fin, hay toda una variedad de objetos en nuestras vidas que desaparecen sin decir adiós. Existen los creyentes que rezan conjuros al ánima de la basura, pero qué opción tienen los que sufren de desgano, los que pierden el ánimo, ¿existe el ánima del ánimo? ¿Habrá un conjuro tan poderoso que haga recuperar las ganas de vivir de quien ha perdido algo esencial en su vida, su espíritu? No creo. Experimento y me pongo a mirar a la gente que transita por la calle. Miro sus ojos y trato de adivinar: ¿es un ser completo? En su mayoría, los ojos evidencian ese descontento, la injusticia que el destino cometió al ponerle en algún momento a la persona que parecía ser el fin del calvario del amor. No. No. Resultó que no. Y lo conjuros para el malestar que deja el veneno del aguijón del desengaño no existen y tampoco puede uno hacer uso de los servicios médicos e ir al área de urgencias del hospital, porque simplemente a ninguno de tanto intelectual humano se le ocurrió un suero para el corazón engarrotado.
Están los poetas, que con su mezcla de palabras mágicas exudan el veneno inútilmente, con el consuelo de alcanzar a la muerte cada día con la escalera del verso. Se cuentan varias historias de poetas y otros artistas moribundos que se desgastan en creatividad. Se dice de la poeta que a través de su vida miraba el cielo y solía contar de vez en cuando alguna estrella fugaz. Eran para ella cosa de nada porque las estrellas fugaces abundan en el universo y atraviesan el cielo como los autos en las calles, solo que la noche las oculta a casi todas con su pañuelo negro. Se cuenta que así un día volteando arriba algo iluminó de pronto su rostro y ese resplandor se propagó por todo su cuerpo, entonces se consideró a sí misma el ser más feliz, no solo de la tierra, del universo completo. Era un cometa (sabrá usted que los cometas visitan el cielo terrestre casi cada siglo). Entonces de la poeta nacieron frases que muchas veces se tragó por considerarlas tan hermosas que quiso conservarlas en su mente. Así fue como se intoxicó de amor y poesía; no tomó en cuenta que tanto brillo resulta peligroso, porque es aun más venenoso que las estrellas fugaces, además los cometas, así como esas estrellas se van y nunca vuelven. Jamás se repiten en una vida. Dicen que la encontraron de noche por los residuos del resplandor del cometa, hinchada de poesía, cuenta la gente.
Todos sentimos enorme desconsuelo por saber que eso amado, sea ser u objeto, no volverá ya. No será tangible ante nuestras manos y estará al alcance de quién sabe qué otra persona de dudosa fiabilidad a quien seguramente, por celo adjudicaremos los peores defectos. No todos somos poetas, no todos tenemos la posibilidad de exaltar nuestro dolor de extravío con frases estéticas y medicinales. Perder algo en nuestras vidas nunca deja de ser doloroso. Pero es decisión individual el convertir esta experiencia en una cola larga y pesada que arrastrar hasta el fin y que se atora y no nos deja andar por el mundo, o puede ser una lección de la vida, porque a diario perdemos algo sin darnos cuenta, mas hay pérdidas grandes que nos marcan.

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